Los tristes “adornos” porteños

Vuela un papel, cae un cigarrillo, se rompe una botella y flamea una bolsa.

Estos elementos, y muchos más, multiplicados por cientos o miles, ofrecen al transeúnte de la Ciudad una deplorable decoración para las calles que caminamos todos los días. Asco, indignación, bronca, fastidio y vergüenza es lo que pulula en el viento cuando lastimamos nuestros ojos y nuestros orificios nasales ante cada espectáculo anti higiénico al que somos sometidos como vecinos. El malestar “visual/nasal” se profundiza al percibir como la Capital de la República, nada mas y nada menos, sucumbe ante la basura.
Acordemos que no podemos únicamente referirnos al trato de las toneladas de residuos que la Ciudad genera en masa y que no tienen un destino fijo y, menos aún, provechoso, en lo que refiere a reciclaje y re utilización de materiales, una de las cuentas pendientes que aún gana la batalla contra las buenas voluntades.


En este pequeño descargo apunto mis dardos a nosotros, los vecinos, los ciudadanos comunes y corrientes. Notarán que me incluí. Ello no responde a creerme “más o menos sucio” que nadie. Meter a todos en la bolsa tiene como esencia impulsora la necesidad de aportar para darnos cuenta que, tiremos o no tiremos basura, todos somos responsables por la suciedad que afea nuestras calles y que contamina nuestro aire.

Sumar desde nuestro lugar implica correspondernos mutuamente, atacando una problemática que nos afecta a todos, aunque tratemos inconscientemente de desligarnos.

Siempre busquemos un tacho para tirar cualquier elemento que califiquemos como “Desechable o basura”. Si no hallamos en ningún lado un cubículo anaranjada o gris colgando de un poste, ni nos topamos con ningún contenedor, guardemos lo que sea que querramos “sacarnos de encima”, sostengámoslo fuertemente, aprisionado entre los dedos, hasta hallar donde depositarlo. No es difícil ni complicado.

Si vemos a alguien tirar algo al suelo, aunque algunos se empecinen en hacerlo con lamentable disimulo, sepamos reunir coraje y carácter, y llamemos la atención de ese “alguien”. Si creemos que esa actitud no nos puede surgir naturalmente, sea por temor a una mala reacción, o por cuestión de segundos que dudamos, entonces cultivemos el sentido de la responsabilidad y levantemos ese papel, ese trozo de cartón, la caja de cigarrillos, etc., y arrojémoslo nosotros mismos.
Puede resultarnos «molesto» pensar que alguno de nosotros estaría haciendo algo que le compete a un barrendero. Pero más incómodo y vergonzoso es darnos cuenta que podemos llegar a pensar realmente así.

Con el ejemplo se enseña, y no solamente a los más chicos.

La repetición de una acción puede espontáneamente contagiar a quienes nos rodeen y nos observen, aún cuando sea en medio de la dinámica sucesión de hechos que invaden nuestro andar callejero y que corren el riesgo de perderse, presas de ese dinamismo.
Así como dar una mano a alguien en dificultades en la vía pública nos suena (tristemente) llamativo, recoger un mísero deshecho que ocupa un pequeñito espacio perdido debajo de la suela del calzado puede parecernos “extraño”, pero a la vez nos despertaría el interés e incluso una expresión tal como “Qué copado/a”.


Mejor aún: Podría encender la chispa de la responsabilidad que como ciudadanos, indefectiblemente, tenemos que entender y practicar sin culpa ni peso alguno.

La limpieza de la Ciudad es una tarea que se retroalimenta a si misma a partir de la actitud mancomunada de funcionarios y vecinos.
Desde el estado – en este caso, el local – tienen la obligación de proveernos las comodidades y mejoras en la calidad de vida a partir de obras públicas, de refacciones eficaces y de infraestructura de acuerdo a las necesidades de la población.
Sin embargo, desde el otro lado, el del ciudadano, existe la obligación de ser funcional a esa tarea, al cuidar nuestro ambiente y entorno, protegiendo nuestro patrimonio arquitectónico y nuestros espacios verdes (Y no tan verdes)

Es en ese punto donde los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires estamos en falta. Si hay compromiso que salga desde el seno mismo de nuestra sociedad, y cuando sepamos contagiar a partir de ejemplo, y sancionar a quienes nos rodean cuando observemos una falla, entonces la Capital de la República, nuestra Buenos Aires, podrá en un futuro ser realmente una ciudad bella y atractiva. No únicamente por las impactantes edificaciones antiguas que se mezclan armoniosamente – y en varios casos no tanto – con la modernidad edilicia, sino también porque sus caminos pueden relucir sus baldosas con orgullo sin estar asquerosamente decoradas por, lisa y llanamente, porquerías.

Autor entrada: Diego Fernandez

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